Hoy os queremos contar una pequeña historia:
Había una vez una joven que se pasaba la vida buscando “el bolso de su vida”. Así es literalmente como lo describía ella. No había tienda ni escaparate de bolsos que no hubiese recorrido y revisado entre sus estanterías para encontrarlo…
Sus amigas estaban cansadas de esa “obsesión” por encontrar su bolso perfecto, pues siempre que salían de compras o simplemente a tomar café ella iba en busca y captura del hallazgo del bolso de su vida.
¿Cómo era ese bolso que tanto buscaba? Eso se preguntaban sus amigas, pues cada vez, la joven, se compraba un bolso diferente.
Uno tenía varias cremalleras para poder guardar cosas en diferentes compartimentos; otro que se adaptaba bien al carrito de la compra; el otro porque chiflaba el color… y así un largo etcétera.
Un día, sus amigas pensaron sorprenderla. Habían encontrado el bolso perfecto para ella: una cartera con varias cremalleras, bolsillos y un hueco para adaptarlo a otros bolsos, ¡lo tenía todo! Ingenuas, pensaron que ese regalo iba a darle una gran alegría y terminaría con la búsqueda ¡era el bolso de su vida! Pero por sorpresa, cuando la joven vio aquel bolso, lo miró despectivamente y dijo: «Vosotras lo que queréis es que termine la esperanza de encontrar el bolso de mi vida, pero no lo habéis conseguido.»
Entonces, en aquel momento, las amigas entendieron que el bolso de su vida no tenía mil cremalleras, ni debía ser de un color en concreto, ni siquiera la utilidad ni el uso que pudiera tener. El bolso de su vida simplemente estaba hecho de ilusión.